La historia de Rubén, el hombre que pide limosnas frente a la cocatedral

Tiene 52 años y vino desde Santiago del Estero para tratarse por un problema de diabetes, pero debieron amputarle una pierna. “Quiero salir de la calle y tener un lugar para dormir”, afirma, casi en súplica.

Con lo puesto. Junto a su muleta y sus pocas pertenencias, Rubén pasa los días en la vereda de la cocatedral.

Tiene 52 años y vino desde Santiago del Estero para tratarse por un problema de diabetes, pero debieron amputarle una pierna. “Quiero salir de la calle y tener un lugar para dormir”, afirma, casi en súplica.

Todos los días, desde la mañana hasta que cae el sol, Rubén Orlando Ruiz (52) está sentado en las escalinatas de la cocatedral Natividad del Señor, frente a la plaza principal de Belén de Escobar. Extiende su mano y muchas veces recibe ayuda de quienes pasan ocasionalmente, mientras que otros -la inmensa mayoría- simplemente lo ignoran y siguen su marcha como si nada.

Rubén es santiagueño, tiene 52 años y le falta su pierna izquierda. En diciembre del año pasado llegó de su provincia natal, bajando del micro en la ciudad de la flor porque “hasta acá llegaba mi boleto, no hasta Retiro”, explica a El Día de Escobar.

“La noche que llegué dormí en el parador de micros y ya al otro día me vine a la iglesia a pedir monedas”, cuenta. Junto a él tiene una bolsa de ropa limpia, que sacó de un lavadero y pagó con lo que junta de la caridad de los vecinos.

Su viaje a Buenos Aires, en realidad, fue para tratarse por su diabetes avanzada en un hospital porteño. Fue al Pirovano y allí le explicaron que debían amputarle la pierna izquierda, que no había forma de salvarla. Tras la operación, volvió a Escobar y siguió con su vida, pidiéndole limosna y viviendo sin techo.

“Yo en Santiago hacía changas, pero tenía las dos piernas, acá se me complicó. Ya estoy haciendo todos los trámites para que me den la pierna ortopédica y me estoy tratando la derecha porque no la tengo bien, me atiendo en el Hospital Rivadavia”, confiesa, mientras muestra la pierna, visiblemente hinchada, oscura y con dermatitis.

Los escobarenses ya se familiarizaron al verlo todos los días sentado en las escalinatas de la cocatedral. “Me ayudan mucho, hago unos $300 por día, a veces más o a veces menos. También cobro una pensión por discapacidad de unos $7.000 y con esa plata voy una vez por mes a un hotel de Luján donde me baño, me cambio y vuelvo. Me cobran $500 la noche”, cuenta, con sinceridad y resignación.

¿Por qué va hasta Luján y no hace eso en Escobar? Porque allá una noche le cuesta menos de la mitad de dinero. Así, aprovecha para su aseo personal y es la única vez en 30 días que duerme en una cama con colchón. Todas las demás noches las pasa en la guardia del hospital Erill, donde duerme en un banco, junto a otras personas.

Rubén dice que necesita de un techo donde alojarse y así poder dejar de pasar sus noches en el hospital y llevar una vida más digna. Para eso pide que alguien le alquile una pieza con baño: “Yo la pago, puedo poner entre $2.000 y $4.000 por mes. Necesito eso con urgencia, si hay algún interesado en alquilarme, que me venga a ver a la puerta de la iglesia y hablamos”, afirma, junto a su equipo de mate que lo ayuda a mitigar las mañanas y las tardes en pleno invierno.

Más allá de llevar menos de un año en esta ciudad, Rubén no tiene palabras para agradecerles a los escobarenses la ayuda que le dan. Dice que le compran panchos, sándwiches, gaseosas y que nadie nunca lo maltrató.

“Me tratan muy bien, pero quiero salir de la calle, tener un lugar para dormir y comprar medias para salir a vender. Esto es para pucherear nomás”, asegura, mientras le agradece a un chico que le dejó dinero y regresa a darle la mano a su madre.

Por Javier Rubinstein

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