Simplemente chau Flaco

El tremendo febrero de calor y lluvia nos aplasta. De pronto nos aplasta un poco más: “Murió Luis Alberto Spinetta”. Por Jorge A. Derra.

El Flaco Spinetta es un artista de “esa” época, un músico y poeta extraordinario, que a pesar de ser una estrella siempre está cercano. Los músicos de rock de aquellos tiempos tenían esa característica, el rock la tenía.

Hoy que tanto se habla de piratería, es bueno recordar aquellos tiempos en que los músicos componían para que se los reproduzca masivamente. Una guitarra o dos, alguien más o menos afinado, una esquina, una plaza, una estación, o quizás un bar; un grupo de pibes y los músicos con su obra hecha para ser escuchada.

En aquellos tiempos, aquellos artistas buscaban trascender mas que llenarse de plata. Charly, León, Litto Nebbia, Moris, Tanguito, etcétera. Hoy es otra cosa, mucha tecnología, súper equipamiento, artilugios técnicos y otros etcéteras alejan al artista del público, los transforman en estrellas inalcanzables, entonces los pibes no los reproducen en las plazas con sus guitarras, los bajan de Internet. Y hasta algún mediocre con pretensiones, sentado frente a una consola, tirando ruidos eléctricos al aire, se considera músico. El Flaco era, de todos aquellos tal vez, el más exquisito, el más sofisticado.

Tenía 17 años y un grupo de amigos, compañeros hoy desaparecidos (es la primera vez que los nombro, pido disculpas pero creo que viene al caso) Carlón, Tucán, Mate, nos juntábamos a veces; ellos a tocar y cantar, yo a escuchar e intentar grabar. Nos unía el gusto por el rock y el fervor por cambiar el mundo.
Un día alguien nos invitó: Spinetta toca en Campana, nos dijeron. Allí fuimos, medio dudando, por aquello de lo exquisito y sofisticado. Nos gustaban las cosas más directas, sui generis, Pedro y Pablo, pero fuimos.

El lugar estaba concurrido pero no lleno, el Flaco cantaba y tocaba la guitarra, se paseaba por el escenario y todos sentíamos que nos estaba mirando. De pronto puso la guitarra en el piso, se paró frente al micrófono, el grupo dejó de tocar, él abrió los brazos y soltó el violín sublime de su garganta y la poesía cayó sobre nosotros como aquel durazno… sangrando.

La muchacha del corazón de tiza y los ojos de papel, conmovida, se acurrucó temblorosa en el hombro de su amado. Nosotros, las fieras invencibles de la causa revolucionaria, entendimos al fin que la revolución no puede prescindir de la belleza y nos entregamos mansos a la magia de la voz que nos arrullaba.

Empecé a escribir estas palabras pensando en un adiós, pero no hay adioses. Nos encontramos en un rato Flaco; en la esquina, en una plaza, en algún bar, en la casa de Carlón, de Tucán o de Mate. Ustedes a tocar y cantar tus canciones, yo a escuchar. Cuando los veas dales mis saludos, deciles que los extraño y que la vida, esa que les arrebataron, no fue tan buena como la que soñamos, pero tampoco tan mala como para quitarnos las ganas de luchar y de cantar. Invitalos a tocar, les va a gustar mucho.

Mientras tanto yo, con mis manos, construiré un castillo, hasta que el sol, Flaco… te haga reír, hasta llorar, hasta llorar…

Por Jorge A. Derra

Dejá tu comentario

Seguí leyendo