A un año del asesinato de Noemí Condori, un crimen más que queda impune

El caso que conmocionó a Matheu en enero de 2012 sigue sin esclarecerse y ya son ínfimas las esperanzas de que se sepa quiénes asesinaron a la joven boliviana.

La primera manifestación por el asesinato de Noemí tuvo lugar el viernes 13 de enero, frente al Palacio Municipal.

Casi condenado al olvido con el paso del tiempo, este viernes 11 se cumplió un año del asesinato de la joven Noemí Condori (27), que generara en el pasado verano una fuerte conmoción a nivel local. Por el hecho, ocurrido en Matheu, no hay detenidos ni imputados: nada sabe la fiscalía sobre esos dos malvivientes que aquella madrugada mataron a sangre fría a la mujer, delante de su madre y de su marido, al no poder entrar a su casa para robarles.

El masivo repudio de los vecinos y de la colectividad boliviana le dieron al asesinato una singular relevancia, a tal punto que el caso fue difundido por medios nacionales. El mismo día del hecho hubo un piquete en la ruta 25 y 48 horas después más de 300 familiares, vecinos, allegados y compañeros de militancia de Noemí se manifestaron acaloradamente ante el Palacio Municipal y la fiscalía en reclamo de justicia.

Durante el año que transcurrió desde la muerte de Noemí hubo otras marchas y actividades para mantener presente el caso. Sin embargo, la investigación que lleva adelante la fiscal Irene Molinari no logró dar con los autores materiales y a esta altura son pocas -por no decir nulas- las posibilidades de que el homicidio se esclarezca.

Así, mientras que la fiscal se encuentra de vacaciones y Mario Quispe (31) carga solo con la responsabilidad de criar a sus dos hijos -una nena de 10 años y un varón de 7- y sostener el hogar, los dos asesinos disfrutan de una inmerecida libertad y seguramente sigan delinquiendo sin ningún remordimiento por haber destruido una familia.

Un caso más, de tantos, donde lamentablemente la impunidad es vencedora.

Madrugada trágica

Mario Quispe con una foto de Noemí, en su casa.

Tomasa Mamani escuchó un ruido, algo así como un golpe seco, y despertó. Eran las 4 y media de la madrugada, pero el sueño se le interrumpió repentinamente. “¿Ustedes cerraron la puerta?”, les preguntó a su hija, Noemí, y a su yerno, Mario, que también dormían pero no habían oído nada. El hombre observó por una ventana que las rejas del portón de la casa habían sido forzadas, pero no había nadie. Igual, salió para ver qué pasaba afuera.

En la esquina de su casa -al 695 de la calle Colón, en Villa Saboya, a 7 cuadras de la ruta 25- solía juntarse un grupo de pibes, entre menores y veinteañeros, que se quedaban hasta cualquier hora, tomando alcohol, drogándose y molestando a los vecinos. “Salí para ver si estaban ahí, pero solo vi a dos personas caminando. Entonces me volví y mientras tanto agarré el celular para llamar al 911”, repasó Mario, de oficio albañil.

Uno de esos dos individuos, que unos segundos antes habían intentado entrar a su casa, advirtió sus movimientos y le preguntó: “¿Todo bien Mario?”. Le respondió, a regañadientes, que habían querido robarle. El otro, al verlo con el celular en la mano, insistió: “¿Qué vas a hacer? ¿Vas a llamar a la gorra?”. Y mientras le hablaba se iba acercando a la casa, escoltado a unos pasos por su cómplice.

Para esto, Noemí y su madre también habían salido del hogar. Estaban tras las rejas que dan a la calle y cuando él llegó trataron de reingresar a la vivienda, pero el viento les cerró la puerta a sus espaldas y las llaves quedaron del lado de adentro. Por ese descuido, o infortunio, sobrevino la tragedia.

Los dos tipos se arrimaron a sus víctimas apuntándolas con revólveres y desde una mínima distancia lanzaron varios disparos. Uno de ellos dio en el pecho de Noemí, otros dos en el hombro y el brazo izquierdo de Mario. Tras la agresión, huyeron corriendo. Un vecino llevó al matrimonio a la sala de primeros auxilios de Matheu y de ahí los trasladaron en ambulancia al hospital Erill. Pero Noemí no pudo resistir viva a ese disparo cobarde, certero y letal.

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