Un emblemático comercio escobarense cierra por la caída en las ventas

Con casi 40 años de trayectoria, la talabartería y anticuario de Oscar Satriano transita sus últimas semanas. “El rubro ya no es redituable”, asegura.

Oscar Satriano en su local

Llegó a ser uno de los comercios más reconocidos de Belén de Escobar, líder en el rubro de cuchillería, ropa de campo, mates y demás artículos gauchescos. Después cambió, dedicándose a las antigüedades y objetos de colección que eran imposibles de ver en otros lados. Su dueño, Oscar Satriano (79), es el talabartero y afilador escobarense por excelencia.

Hoy, la emblemática talabartería Juan Grande transita sus últimas semanas: entre fines de abril y mayo, el local de la calle Alberdi al 600 cerrará sus puertas. El motivo, la poca venta, según le confirmó a El Día de Escobar su dueño, quien dejará la atención al público, pero no se alejará del todo del berretín de coleccionar y comprar cosas de antaño.

Cambió el mercado y cambié yo. Estoy llegando a los 80 y ya no tengo la misma energía que a los 40. Cambió todo, el pueblo, hoy no conocés a casi nadie… Puede ser que la gente consuma este rubro en otros lugares. Fui mutando y buscando nuevos caminos hasta que terminé solo con las antigüedades, que es lo que más me gusta”, explica “Cacho”, haciendo públicas las razones de su decisión y las transformaciones del negocio en los últimos años.

“De a poco me fui alejando de la talabartería, aunque sigo haciendo. Pero la economía se puso muy finita, la gente dejó de comprar y ya no es redituable el negocio. Ese es el motivo principal por el que cierro”, agrega Satriano, convencido de que tomó la mejor opción. El desenlace no es nuevo. Satriano empezó a madurar la idea durante la pandemia, cuando las cosas dejaron de ser como eran, con temores de contraer Covid, falta de motivación y el paso de los años como principales puntos en contra.

Oscar Satriano en el mostrador de su local
Trayectoria. Oscar Satriano lleva casi 40 años al frente de su ya tradicional talabartería.

“Me marcó mucho estar encerrado dos años, no poder salir a comprar a la isla o a los remates. Eso te va apagando. Cuando se reabrió todo, había temor por el contagio, la gente desconfiaba de todos. Eso me fue sacando las ganas. El negocio antes era más activo, hoy entran muy pocas personas”, confiesa, sin pudor, acerca de la flaca actualidad monetaria en el rubro de los anticuarios. 

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Su caso no es aislado. “Les pasa lo mismo a los amigos que tengo en San Telmo, la economía es el eje principal y la gente prioriza comprar cosas necesarias, no antigüedades. Antes iba a la isla y traía anclas, ojos de buey… Me acompañaba un amigo (Roberto Lombardo), que falleció hace dos años, Ese fue otro gran golpe, me quedé sin mi compañero de viajes. Todo eso lo vendí, lo último fue un timón”, señala, con melancolía.

El local está visiblemente más vacío que años atrás, cuando había mercadería por doquier. Ahora tiene cosas variadas, pero en menor medida. Hay vitrinas llenas de botellas de colección, desde sifones a antiguas gaseosas extintas como Teen o Gini; pavas, carteles y artículos de campo, entre otras mercaderías.

“Llamé a mis amigos y les dije que se lleven lo que les gusta, se los regalo. Y después estoy rematando o malvendiendo lo demás, necesito despejar el lugar para ponerlo en alquiler. En estos últimos años me desprendí del 50% de las cosas”, aclara, sobre sus pequeños “tesoros” de colección.

  • Estantes con antigüedades
  • Estantes con antigüedades
  • Estantes con antigüedades
  • Mostrador con cuchillos y antigüedades

Un negocio con historia

Juan Grande cumpliría 40 años en septiembre, pero quedará en la puerta, porque cierra en no más de 30 días. El negocio empezó como talabartería en la calle Mitre, en 1985. Allí Satriano hacía cinturones, carteras, monederos, riendas para caballos y maneas para vacas. Había aprendido el oficio de Nelson Palermo (antiguo talabartero de Escobar) y muchas de sus herramientas se las había comprado, en su juventud, a Alberto Domenech.

Todo marchaba bien y decidió mudarse, primero a Tapia de Cruz, entre Colón y las vías, para más adelante irse pegado al paso a nivel, en la misma cuadra, donde estuvo varios años. También pasó por la céntrica esquina de Tapia y Rivadavia, en años dorados para el comercio, que ganaba cada vez más espacio.  

Desde 2008 está en Alberdi al 600, cuando se dedicó a las cosas antiguas y a coleccionar objetos para después venderlos. En ese local se despedirá próximamente de los escobarenses. “En la historia del negocio lo que más vendí fueron cuchillos. Comprábamos las hojas y mi hijo Francisco las encababa, con maderas exóticas. También traía de Tandil y los vendía mucho, como todas las cosas de criollismo”, explica. 

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Cuando se le pregunta sobre lo más preciado que tiene, piensa y contesta: “Con un amigo nos pusimos a juntar navajas marineras. Cortaplumas plegables, para cortar y para deshacer nudos de sogas. Durante años competíamos a ver qué conseguía cada uno. Tengo muchas, europeas y americanas. También tengo muchos cuchillos”, explica, orgulloso de su patrimonio.

Oscar Satriano, saludando
Despedida. La caída de las ventas y otros factores llevaron a Satriano a cerrar su comercio.

Planes futuros

Al ser dueño del local, podrá alquilarlo y en unos meses seguramente habrá un nuevo rubro en esa dirección. Sin embargo, “Cacho” permanecerá allí, tomando mate, arreglando cosas y aprendiendo algo más sobre sus artículos de campo.

“Me voy a quedar con un pedacito del local, atrás, para restaurar cosas, hacer algunos trabajitos de talabartería, para entretenerme. Si quedan cosas, las venderé. De acá a 30 o 40 días espero vender todo. Me quedaré con cosas de criollismo, como mates, cuchillos, bombillas. Eso no lo negocio”, acota, sonriente.

Bajar la persiana tampoco significa que no seguirá comprando objetos con historia, y ya tiene planeado dónde irá en busca de ellos. “Seguiré yendo a Uruguay, donde fui 67 veces… Hay una feria de antigüedades en Montevideo que es una hermosura, donde siempre compro cosas. Tengo amigos allá y hablamos mucho de coleccionismo”, sostiene, feliz de programar un nuevo viaje.

Sobre la reacción de sus clientes al enterarse de que cerrará, comenta: “Les duele, pero entienden que es una etapa cumplida. No cierro del todo, sí al público, pero siempre van a venir mis amigos a tomar mate, a que le afile cuchillos o a que les arregle vainas, no es que me voy. Acá estaré todos los días, por eso no me da nostalgia cerrar”, asegura, mientras prepara un nuevo mate a la espera del próximo amigo que lo visite.

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