Mundial de Escritura: Tiene 18 años, es de Garín y ganó en la categoría adolescentes

Se llama Lara Ubierna y está cursando la licenciatura en Artes de la Escritura en la UNA. “Las docentes de literatura que tuve en el colegio me acompañaron y estimularon mucho, apreciaron mi pasión”, afirma, con gratitud y alegría.

Se llama Lara Ubierna y está cursando la licenciatura en Artes de la Escritura en la UNA. “Las docentes de literatura que tuve en el colegio me acompañaron y estimularon mucho, apreciaron mi pasión”, afirma, con gratitud y alegría.

Estimulada por una familia de lectores y por los cuentos de la infancia que le contaba su madre, Lara Ubierna (18) ya sabía en la escuela primaria que quería dedicarse a escribir. Desde entonces, entrena su pluma y hoy cosecha sus primeros frutos al haberse consagrado campeona de un encuentro literario global, donde se inscribieron 13 mil personas de 47 países.

Su relato El trinar de los horneros fue elegido ganador de la categoría adolescentes en el cuarto Mundial de Escritura, organizado por el editor y tallerista argentino Santiago Llach. Se trata de una competencia abierta y virtual, donde los participantes deben escribir 3.000 caracteres diarios durante dos semanas. Esta edición se llevó a cabo del 31 de mayo al 11 de junio, y los resultados se publicaron este lunes.

La dinámica es por equipos, pero cada miembro escribe de manera individual a partir de diferentes y complejas consignas. Al finalizar la primera etapa, cada grupo propone un texto. Si ese texto llega a semifinales en la etapa de preselección, es evaluado por reconocidos escritores nacionales e internacionales que definen al campeón.

“De todos los que escribí, el que compitió era mi favorito. Estaba basado en una consigna que implicaba relatar un acontecimiento de mucha carga emocional sin explicitar las emociones: transmitir sin nombrar”, le cuenta Lara a El Día de Escobar.

La novel escritora vive en el barrio Los Tacos, en la localidad de Garín, y es estudiante de primer año de la licenciatura en Artes de la Escritura, en la Universidad Nacional de las Artes (UNA). La carrera, lanzada en 2016, le resultó atractiva por su orientación práctica. Una curiosidad es que el año pasado, en esta categoría, la ganadora también fue una garinense: Selena Sánchez (ver nota acá).

A través de una metáfora incisiva, el cuento de Lara aborda el conflicto de una mujer que recientemente sufrió un aborto espontáneo. “Me gusta alejarme de mi persona, probar con otras perspectivas, en este caso del mundo adulto”, comenta.

Desafío. Los participantes debieron escribir un texto de 3.000 caracteres por día durante dos semanas.

Cuenta que se inspiró en la imagen de un tero hembra, que empollaba en un terreno lindero a su casa. “El día que los pichones nacían, llegó un camión con materiales y tuvieron que correrle el nido. El ave se desorientó, los pajaritos chillaban y no sobrevivieron. Entrelacé esto con la mujer que pierde a su hijo”, explica. “Tuve comentarios muy hermosos, algunos no entendieron la historia, otros captaron que se hablaba de un aborto sin decirlo”.

Su acercamiento a la lectura fue de la mano de su papá: “Me compró el primer libro de Harry Potter y no pude soltarlo”, recuerda. El año pasado egresó de Bedes’s Grammar School, donde atravesó toda su vida escolar. “Supe que quería ser escritora por las docentes de literatura que tuve. Me acompañaron y estimularon mucho, apreciaron mi pasión”, afirma, con gratitud.

La participación en el Mundial fue a raíz de una invitación de María Laura Pérez Gras, su profesora de taller literario, quien, además, la orienta en su camino en las letras. “Los textos que construye son de una belleza sutil y profunda. Y, como dijo el jurado, en pocas palabras te ubican en el mundo interior de los personajes y en un estado de ánimo muy preciso”, expresó la especialista sobre el estilo de la joven garinense.

El trinar de los horneros fue el único texto de la competencia que Lara escribió de día. Al resto le puso punto final en la madrugada: “La idea me llegaba tarde, durante la jornada rumiaba, pensaba. Me dormía una siesta y me despertaba con la idea en la cabeza”. La experiencia completa resultó una mezcla de sensaciones: entusiasmo, ansiedad, por momentos la mente en blanco, inspiración, insomnio y agotamiento.

“El legado de este desafío fue descubrir mi potencial, nunca había escrito a diario. Fue un gran compromiso personal, además de la responsabilidad de ser parte de un equipo”, concluye. Como premio, podrá acceder a diferentes cursos y talleres de escritura.

Haber sido la ganadora, en suma, le dio el impulso para compartir sus narraciones en redes sociales, vincularse con personal del medio literario y participar en nuevos concursos. Así, con este primer reconocimiento, y con una prosa delicada y perspicaz, comienza a desplegarse el vuelo de una escritora con mucho para contar.

“El trinar de los horneros”

Cocinás los cubitos de manzana con azúcar, manteca y una pizca de canela. Hay que revolver de a ratos, pero no te movés de la cacerola y dejás que el vapor dulce te humedezca la cara. Más allá del burbujeo de las manzanas, el trinar de los horneros y la canilla que cada tanto abrís para enjuagarte los dedos, la casa está callada; no se escucha la silla de mimbre rechinar, la tele murmurando bajito, el crujir de las hojas de diario, que van pasando desinteresadas apenas deteniéndose en la sección de deportes. Hoy estás sola. Y tampoco se escuchan los silencios: esos suspiros incesables, las conversaciones inconclusas, el alivio de poder abandonar las sonrisas forzadas cuando por fin llega la noche y lo único por hacer es echarse en la cama, cerrar los ojos y cerrar la boca, que ya es tiempo de dormir.

A la mañana, Lucas te ofreció acompañarlo a la oficina para que no te quedaras sola de nuevo; es el segundo día que sale a trabajar desde el último mes, y parece ser que ayer, la primera vez que te deja sola, te notó rara. Se dio cuenta de que no hiciste la cama en todo el día y de que no abriste las persianas, que solo tomaste café y que no retomaste el libro que habías empezado a leer al final del último trimestre -el señalador seguía puesto en la misma página. Pero aunque te insistió mientras cenaban y te volvió a insistir cuando apagaron la luz del velador, y te despertó para insistirte nuevamente a las seis y media de la mañana, vestido de traje y con olor al perfume Polo que hacía tiempo no le notabas, no quisiste ir. Estoy bien, le dijiste acomodando la almohada. ¿Me prometés que hoy vas a hacer algo? Cocinar, escribir, regar las plantas, algo, linda. Sí, le dijiste.

Los cubitos de manzana ya están casi transparentes y apagás el fuego. A Lucas le encanta la torta de manzana; es la misma receta que horneaba tu abuela cuando eras chiquita. La hoja donde está esa torta es la más curtida, salpicada en almíbar y pegoteada con huellitas de manteca. Después de tantas veces de preparársela a Lucas, ya te sabés de memoria.

Es el único gesto de amor que por el momento podés ofrecerle: una torta de manzana tibia, concebida por tus propias manos. Todavía no podés devolverle las caricias sugestivas que te confiere después de dar varias vueltas en la cama, o los besos que te planta en el cuello cuando te abraza por detrás, mientras te lavás los dientes frente al espejo y lo ves, deseándote con esos ojos grandes, hasta que enderezás los hombros y él entiende, él te deja tranquila en el baño. Esto es lo único que podés ofrecerle. Es lo único que podés engendrar.

Estirás la masa en el molde rizado y volcás el relleno de cubitos almibarados, brillando con la luz del sol que se cuela por la ventana sin maceta. Tuviste que tirar las margaritas amarillas que antes decoraban los alféizares porque se te secaron todas. Lucas no sabe nada de plantas y vos, bueno, vos tenías la cabeza en otra parte. Ahora, el nido de horneros es lo único que adorna el frente de la casa. Cubrís las manzanas con el crumble y llevás la torta al horno.

Hay que dejarla dorar unos diez minutos, pero no te movés del cristal que guarece tu obra en proceso; la observás fijamente crecer bajo las luces áureas del horno, próspera, en camino. Lucas llega dentro de una hora, más o menos. Casi que sentís algo lindo: querés sorprenderlo. Por un segundo, desatendés la torta en el horno y mirás hacia el exterior de la ventana, como si el mero hecho de contemplar la cochera fuese capaz de regresarlo a casa antes de tiempo.

Y algo cae justo frente a tu mirada, una sombrita, como un fruto desprendido. Pestañeás varias veces, pero sabés que viste algo caer. Salís al jardín, frotándote las manos por un frío repentino.

Aún parada frente a la puerta, lo reconocés tumbado en el suelo. No te animás a acercarte. Levantás la vista y te fijás en el nido de barro montado sobre el alféizar de tu habitación, pero solo ves una cuevita.

Oscura, solitaria. Nadie se asoma, nadie gorjea. Te acercás dando pasos cortos, pasos lentos, pero no está tan lejos, y pronto, demasiado pronto, llegás. Frente a tus pies reposa un pichón de hornero, muerto, rosado, sin plumas. Los párpados grises son como dos bolitas hinchadas. Tiene el pico abierto, las alas dobladas, la piel de gallina. Lo mirás con las manos abiertas, petrificadas, como si se te hubiera caído un plato. Se te tuercen las piernas y caés al suelo de rodillas, llorando frente al feto sin vida.

Adentro, la torta se te quema.

* De Lara Ubierna

Texto ganador del 4º Mundial de Escritura, Categoría Adolescentes.

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