Reflexiones “no positivas” del cincuentenario

Lejos de ser la “gran fiesta” prometida, el 8 de octubre de 2009 será un día más en la historia de Escobar. Un caso para analizar.

La imagen del cincuentenario: Canio Iacouzzi escribe su mensaje en el libro del cofre centenario. Atrás suyo, Santiago Curlo. Junto al ingeniero Ferrari Marín, son los únicos integrantes de la Comisión Pro Creación del partido de Escobar que aún viven.

La imagen del cincuentenario: Canio Iacouzzi escribe su mensaje en el libro del cofre centenario. Atrás suyo, Santiago Curlo. Junto al ingeniero Ferrari Marín, son los únicos integrantes de la Comisión Pro Creación del partido de Escobar que aún viven.

La verdad, la celebración del 50° aniversario de la creación del partido de Escobar dejó un intenso y amargo sabor a poco. Lejísimos de ser la “gran fiesta” prometida, se ciñó a un acto protocolar con matices grises y a una supuesta velada de gala que solo valió la pena hasta la mitad. Como rasgo característico, casi todo se desarrolló en un contexto desordenado y desprolijo, donde la improvisación reinó a discreción. Los pomposos festejos que -hasta antes de las elecciones- se hicieron en cada localidad que cumplía años invitaban a pensar que el 8 de octubre sería un día poco menos que inolvidable, al menos por un buen tiempo. Sin embargo, el cincuentenario solo quedará en la historia como un mero dato estadístico.

Para dar algunos ejemplos de estas firmes aseveraciones, el desconcierto organizativo fue tal que ni siquiera se tuvo la obvia idea de cantarle el feliz cumpleaños al distrito. Y eso que actuó la Banda Municipal de Música. De ahí en más, todo. Para empatar con el catolicismo, que tuvo de orador al obispo Sarlinga, en el acto central se llegó a la extravagancia de darle el micrófono a un pastor evangelista -Domingo Ibañez, de Garín-, que dejó al público boquiabierto con una alocución por momentos desopilante y hasta irreverente; como cuando comparó al cincuentenario del distrito con imágenes de la película “El último Samurai” o dudó si la avenida en la que estaba se llama Eugenia Tapia de Cruz, sumado a que aludió al loteo de Belén con fecha errónea. A todas luces, inaceptable.

Después, en la plaza las Américas, en condiciones de absoluta incomodidad y a las apuradas se entregó el premió al mejor logotipo del cincuentenario y se mostró el cofre centenario. Como detalle, se suponía que se brindaría con un champagne enterrado en esa cápsula del tiempo en 1989, pero la botella brilló por su ausencia y solo se vio la que colocó el Intendente para 2034, cuando volverá a desenterrarse.

Por la noche, en el teatro Seminari, el punto más alto fue la presentación de artistas escobarenses con homenajes a cada una de las cinco localidades del partido. Es cierto que la entrega de diplomas de honor a caracterizados e históricos vecinos generó pasajes de emotividad, pero no se puede pasar por alto que algunas distinciones fueron otorgadas con un criterio realmente dudoso. Además, no haberle dado la palabra a ninguno de los homenajeados es, como mínimo, lo más parecido a una falta de consideración.

Para el anecdotario escobarense, la directora del instituto Arte Musas se erigió en una inesperada protagonista de la noche. No sólo se quejó en público, de manera comprensible pero difícil de justificar, por tener que cerrar abruptamente la presentación de los alumnos y profesores del conservatorio -que, para colmo, subsidia el Municipio-, sino que se negó a regresar al escenario las tres veces que el locutor Andrés Lamagni la convocó a pedido del Jefe de Gabinete. Lo que se dice, un papelón, que incomodó desde la primera hasta la última butaca.

Cabrá quien pregunte: ¿al fin de cuentas, es tan importante que “los festejos” hayan sido mejores o peores? Y quizás la respuesta más acertada es que dependerá de cómo se mire. En no pocas opiniones, a las que suscribe esta columna, que Escobar haya cumplido medio siglo de vida es un acontecimiento trascendente que ameritaba una celebración acorde. Es más, el gobierno mismo deberá coincidir en este concepto, ya que así se encargó de considerar cada aniversario de las localidades, costeando grandes eventos con artistas que convocaron a miles de espectadores en jornadas con clima de fiesta popular. Si eso se sostuvo como política de gestión, es una contradicción no haber aplicado el mismo criterio nada menos que en el aniversario más importante de todos.

Alguien, probablemente, podrá interponer argumentos de austeridad a esta situación. Pero este gobierno es el mismo que pagaba esos caros espectáculos a pocos meses de haber asumido una administración en declarado “estado de emergencia económica y financiera”. Si se toma como válida una explicación de ese carácter, habrá que pensar que la Municipalidad está endeudada al punto de no poder afrontar un gasto de 30.000 pesos, lo que sería demasiado crítico para un presupuesto de 160 millones. Y aún así, las más de las veces no es cuestión de dinero sino de ingenio, creatividad y, sobre todo, ganas.

Pero, para ser totalmente franco, dio la impresión de que las autoridades no le dieron mucha importancia que digamos al cincuentenario. El mamarracho de las invitaciones, del que dan fe decenas de testimonios, es una muestra elocuente.

Quizás haya quienes lo vean como una frivolidad, pero la idea de fortalecer la identidad de una comunidad es muy interesante, no nos vendría nada mal. Y ya que siempre miramos con sana envidia a Tigre -indudablemente un modelo digno de imitación-, allá, el año pasado, se hizo un festejo con tanta gente que nadie supo calcular cuántos miles había. Era el pueblo, de fiesta. Pero bueno, hay que hacerse cargo, acá es Escobar: capital nacional de la flor y de la apatía. ¿Coincidimos?

CIRO D. YACUZZI
Director de El Día de Escobar

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