Estirpe gaucha

Con una flor de cardo entre las manos y los ojos mojados por lagunas de plata, rostro con color de siena sombreado por las siestas de la pampa...

Con una flor de cardo entre las manos
y los ojos mojados por lagunas de plata,
rostro con color de siena sombreado por las siestas de la pampa,
todo el peso del cuerpo en las dos piernas abiertas
cuánta amplitud le daban las bombachas,
brillante centelleo en la cintura ceñida por la plata de la rastra,
alforja melodiosa la guitarra sujeta por la espalda,
llevó hasta Buenos Aires todo el cielo
y el verdor silencioso de la pampa.

Se hundió en el pozo de los rascacielos,
sus pupilas buscaron el espacio:
vio trozos de cielo roto cortado por agujas y rectángulos,
en derredor el tránsito corriendo:
mil tropillas de fletes desbocados.
Lírico cual Santos Vega, como Martín Fierro macho.
Pretendió ver el progreso como se miran los astros.
Contextura gigantesca pero con alma de pájaro
que se equivocó de cielo y fue a estrellarse en el lago.

Abrió el gaucho en cruz los brazos,
de rodillas cayó sobre el asfalto;
brotó sangre caliente, -él siempre arrodillábase en el pasto-.
Densos nubarrones negros como figuras de gauchos
observaron silenciosos al coloso legendario…
y a la hora del poniente en el contraluz metálico
cruzó una sombra imponente el majestuoso escenario.
No es fácil de comprender, más los que saben de cuadros
cuentan que a un Castagnino se le ha borrado un caballo.

En la lucha por la tierra cicatrices lo cruzaron
y él fue cediendo al progreso tierra y pellejo a pedazos.
Pero al final de los siglos en Apocalipsis bárbaro,
cuando deban rendir cuentas si robaron o faltaron
los ambiciosos innobles, los que a la Patria negaron,
Digan cuánto argentinos quisieran llamarse Gaucho.

Por Nilda Pineda
Loma Verde

 

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