Así como la gesta encabezada por Fidel Castro en Cuba a fines de los ‘50 entusiasmó a los jóvenes de las dos décadas siguientes con la posibilidad de que un proceso revolucionario podía llevarse a cabo en Latinoamérica, la estabilización de Hugo Chávez al frente del Estado de Venezuela fue quizás el punto de referencia para que otros gobiernos de extracción popular y abiertamente de izquierda o centro izquierda se desparramaran por la región: Evo Morales en Bolivia, Hernán Correa en Ecuador, Fernando Lugo en Paraguay y Néstor Kirchner en Argentina. “Presidentes que se parecen a sus pueblos”, como graficó nuestra presidenta Cristina. La dimensión y el peso propio de un líder como Lula y su país -Brasil, la sexta potencia mundial-, tal vez podría no incluirse en esta lista.
El comandante bolivariano se ha comportado como un buen amigo de Argentina de momentos difíciles de los primeros años del actual gobierno. Sus petrodólares fueron fundamentales para rescatar los devaluados bonos de nuestra deuda. La relación fue bien fortalecida por la embajadora Alicia Castro, recientemente “premiada” para seguir su carrera con una difícil misión en Londres.
Es indudable la influencia de Chávez, admirador de Juan Perón, en el resto de Sudamérica: su férrea postura frente al “imperio” norteamericano, su preocupación por la asistencia social a los sectores más pobres generalmente postergados y marginados por gobiernos de derecha, la intervención del Estado en los medios de comunicación masiva, entre otras medidas, se han replicado notablemente en otros países del Cono Sur.
La aparición de una figura impensada en el escenario ha llamado la atención de los medios de toda América. Es cierto también que muchos de esos medios detestan a Chávez. La oposición venezolana logró unificarse e impuso un candidato surgido en internas, herramienta muy poco usada en la política actual. Henrique Capriles Radonski se impuso cómodamente con tres millones de votos, cifra nada despreciable para una contienda no obligatoria.
Capriles es un joven abogado de 39 años. Un candidato sólido y prolijo que no agrede a su contrincante ni tampoco responde agresiones. “Eres un cochino… de la vieja política”, le disparó el presidente de Venezuela sin recibir respuesta. Recorrió escalonadamente todos los peldaños de la política: fue diputado a los 26 años, hizo dos gestiones exitosas como alcalde y es actual gobernador del Estado de Miranda. Católico practicante, curiosamente su familia es de origen judío, escapó del nazismo y de buen pasar económico. Estuvo preso cuatro meses acusado del ataque a la embajada de Cuba durante el intento de golpe de Estado en 2002, aunque fue absuelto.
Cuando le remarcan su soltería sin hijos a su edad, responde pausadamente que el trabajo y los deportes ocupan todo su tiempo. Con pasmosa tranquilidad y sin sonrojarse repite que se posiciona políticamente en la centro-izquierda y que “mantendré lo que (Chávez) hizo bien”.
¿Podrán los millones del sobrio Capriles contra el carisma y la estructura electoral perfeccionada por Chávez en más de una década? ¿Producirá una nueva tendencia al resto de Latinoamérica? En octubre de este año comenzará a develarse la incógnita.
Por Ricardo F. Choffi
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