Reflexiones sobre lo que nos dejó el 8N

La masividad, el rol de los medios y el mensaje al gobierno y a la oposición. Por Jorge A. Derra.

Lo primero a destacar es la masividad y su transversalidad geográfica. La gente salió a expresarse a lo largo y ancho del país y está bien.

No vale la pena detenerse en la discusión semántica sobre el carácter espontáneo, o no, de la convocatoria. La supuesta espontaneidad se diluye en la fenomenal replicación y masificación de la convocatoria hecha por los medios de prensa y por las redes sociales, que no siempre tienen detrás a ciudadanos independientes y autónomos en su accionar, más el respaldo explícito de muchos líderes de la oposición.

Aquí es necesario hacer un paréntesis para volver luego sobre este sujeto político llamado oposición, porque su incumbencia es crucial. Antes corresponde visualizar cuestiones sociológicas que deja el 8N.

En primer término, llamó poderosamente la atención la cobertura periodística que se le dio a la marcha. Los mismos medios que durante más de una semana tuvieron en tapa y horario central todos los días el acontecimiento, decidieron en el momento de su desarrollo alejar las cámaras y los micrófonos de los protagonistas. ¿Por qué la abrumadora mayoría de los medios de prensa silenciaron la voz de los que marcharon? Es una pregunta cuya respuesta describe el contexto político.

En efecto, los medios de comunicación, aquellos que hace más de un mes venían corporizando el evento, esos mismos medios que impulsaban a la ciudadanía a expresarse, llegado el momento decidieron acallar las voces de los protagonistas y erigirse ellos como legítimos intérpretes de quienes marchaban.

La cobertura televisiva y radial fue a plano general, no hubo móviles poniendo el micrófono cerca de los manifestantes para que dijeran las razones de por qué estaban ahí. Sin embargo, en estudios, concienzudos analistas políticos y dirigentes de distintos partidos de la oposición “interpretaban” a los manifestantes y hablaban por ellos.

En una acertada decisión, la Televisión Pública decidió poner un móvil en el que la periodista Cintia García demostró no solo tener verdaderas agallas profesionales sino también ser un cuadro político digno de puestos más relevantes. Con la cámara puesta en la zona más poblada de la manifestación -el Obelisco-, con preguntas cortas y directas, logró tejer una expresión franca y sin “intérpretes” de las razones de la movilización.

De esas palabras pudimos ver que las preocupaciones centrales, al menos las declaradas, eran la inseguridad, la inflación, la soberbia presidencial, la antipatía de Moreno, la falta de libertad y poco más, muy poco más. Hubo dos coincidencias entre todos los entrevistados: una, el rechazo al gobierno y a la Presidenta; la otra, no sentirse representado por nadie.

La crispación inicial con que la mayoría de los entrevistados encaraban a la periodista se iba diluyendo a medida que avanzaba en sus expresiones. Más allá de las diferencias, quienes marchaban, en general, eran personas que tenían la necesidad de expresarse. Y en la medida que lo podían hacer, la belicosidad disminuía y en algunos casos hasta coincidían con los sagaces aportes de la periodista.

De todos modos, ante la pregunta final, que era, “¿qué espera para mañana?”, solo un entrevistado respondió lo que este escriba considera acertado: “un día normal”. La mayoría pretendía imponer criterios y obligaciones a la Presidenta, cuando no directamente que se vaya o que eche a sus funcionarios.

Varias conclusiones se pueden sacar de este 8N. En principio, somatizar una vez más la miserabilidad de algunos sectores periodísticos, que luego de impulsar la movilización subrepticiamente, llegado el momento de la misma, decidieron remplazar ellos mismos las voces que habían convocado; es decir, les permitieron aportar el número, pero no la voz, y se erigieron en intérpretes calificados.

Por otro lado, la transversalidad del enojo de quienes marchaban. Y este es un dato vital en el análisis político, porque a ser por lo expresado, tendrían que estar más preocupados los sectores de la oposición que el mismo gobierno.

La marcha termina desnudando más la incapacidad de la oposición para representar a los sectores que no comulgan con el kirchnerismo, que las falencias de este.

Al respecto, Mauricio Macri dijo una frase reveladora de su largo período de hibernación: “Es una enorme fuerza que desea ser conducida”. ¡Aleluya muchacho, al fin te diste cuenta! Bueno, adelante, condúcela. Hace cinco años querías ser presidente, tendrías que hacerlo desde entonces. La oposición política parece no comprender la importancia de su función en la democracia.

De todos modos, hay algunos errores conceptuales en algunos reclamos. Se escuchó decir que “Cristina es la presidenta de todos los argentinos, tiene que gobernar para todos”. Eso es cierto, tan cierto como que tiene que gobernar con el programa que fue convalidado con el 54% de los votos.

Quienes cuestionan los planes sociales, la política de subsidios, la integración regional, la relación con el FMI y los grupos de poder financiero, la defensa de la industria nacional, con las restricciones a las importaciones como herramienta, el cepo al dólar para la preservación de las reservas y un montón de etcéteras, cuestionan rumbos que fueron plebiscitados, fueron anunciados al declarar la profundización del modelo, en medio de la campaña electoral.

En resumen, Cristina debe gobernar para los 40 millones de argentinos, pero con el programa que voto el 54 % en octubre de 2011.

Pero esta nota no pretende poner al gobierno a salvo de cuestionamientos, muchos merecidos y coherentes. La falta de diálogo es una debilidad, más que de gobierno, militante. Cintia García, en medio de una multitud hostil, micrófono en mano, esgrimió el diálogo, demostrando que no es tan difícil y que puede ser muy fructífero para un gobierno acostumbrado a cambiar horizontes y transformar realidades.

En el marco de la absoluta pobreza política de la oposición, el 8N fungió como válvula de escape, y no está mal. Ampliar la frontera de los derechos quizás amerite dar a este tipo de sucesos sociopolíticos rangos de legitimidad consensuados.

Ultimo aporte. Existió una velada intención de asemejar la situación actual a 2001. Se pretende imponer el “que se vayan todos” como factor de poder. Pero la situación es muy diferente y lo crucial es que toda la diferencia la aporta el gobierno nacional, con la presidenta ejerciendo el liderazgo. Ahí radica la derrota de la oposición. El que se vayan todos, del universo contundente pero acotado del 8N, los pone en el mismo lugar que al gobierno.

La gran diferencia es que el kirchnerismo tiene, si tomamos como válidas las cifras que hablan de dos millones de personas en la marcha, un respaldo democrático en los 38 millones restantes que lo pone lejísimos de cualquier opositor.

Por Jorge A. Derra

jorgederra@yahoo.com.ar

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