Cuarentena a la intemperie: El caso del joven que vive en la bajada de la autopista

Se llama Jonathan Chocobar, tiene 23 años y es de Escobar. Trabajaba como vendedor ambulante hasta antes de la pandemia. “Quisiera un laburo. Me gustaría un techo para dejar de dormir acá, esto ya no es vida”, afirma.

Con lo puesto. Sin trabajo ni dinero, Chocobar subsiste gracias a la caridad de algunos vecinos.

Se llama Jonathan Chocobar, tiene 23 años y es de Escobar. Trabajaba como vendedor ambulante hasta antes de la pandemia. “Quisiera un laburo. Me gustaría un techo para dejar de dormir acá, esto ya no es vida”, afirma.

La situación que se está viviendo por la pandemia de coronavirus tiene miles de historias dramáticas. Una de ellas es la de Jonathan Chocobar, un joven de 23 años que lleva varias semanas viviendo a la intemperie en la bajada de la autopista Panamericana, en la entrada a Belén de Escobar.

Un puñado de prendas colgadas entre los árboles llaman la atención de los transeúntes que bajan de la ruta, pasan por la Colectora Este o circulan por la calle Don Bosco. Un toallón, un jogging y una campera de algodón forman parte del inusual paisaje, al pie de un palo borracho donde el joven tiene su colchón, con sábanas, mantas y una almohada.

“Soy del barrio El Cementerio. Hace años que ando así. Mi mamá está viviendo en La Plata desde hace siete años, tengo hermanos pero ellos no están en la calle”, le cuenta a El Día de Escobar, que se acercó para conocer su historia y difundirla. Quizás de esta manera consiga la ayuda que busca para dejar de vivir a la intemperie y salir a flote.

“Quisiera un laburo, no tengo un oficio pero puedo limpiar, hacer changas. Me gustaría un techo para dejar de dormir acá, esto ya no es vida. Laburé como vendedor ambulante, pero con la cuarentena se me cortó todo”, cuenta, mostrando otra cara de la pandemia de coronavirus, que afectó a todas las clases sociales y que a él lo dejó a la deriva.

Con el invierno cerca y temperaturas muy bajas durante las noches, su situación es cada vez más difícil de sobrellevar, mientras que para alimentarse depende casi exclusivamente de la caridad. «Para comer salgo a buscar, me ayudan de carnicerías y verdulerías. Rescaté una lata y cocino ahí. Tenía una olla pero me la sacó la policía en abril”, relata, resignado.

También lamenta no haber recibido ayuda gubernamental. “Vinieron de Defensa Civil, sacaron fotos pero después no aparecieron más. Iban a traerme frazadas y mercadería, pero no vinieron».

Dice que le gustaría que quienes puedan lo ayuden con mercadería, no sólo para poder alimentarse sino para “llevarle también al resto de mi familia”.

Para su aseo saca agua de los baños de la estación de servicio que está enfrente y se higieniza tapándose con unos nylons que cuelgan entre las plantas. Lo mismo sucede con la limpieza de su vestimenta, que lava y después pone a secar al sol.

“La gente pasa y se asombra de ver las prendas colgadas, porque no es común ver un pibe de la calle que se lave la ropa. Yo llevo años, sé lo que es vivir así. Hay que ponerle onda a la vida, no porque esté en la calle voy a andar mugriento”, sostiene, sincero y a la espera de una mano solidaria.

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