Es uruguayo, tiene 55 años y llegó a Escobar luego de que una inundación arrasara con su casa en Entre Ríos. Sólo y sin familia, busca techo y trabajo para llevar una vida digna.
La última inundación de Entre Ríos, en abril, arrasó con lo poco que le quedaba de sus pertenencias en el pueblo donde residía, a treinta kilómetros de Gualeguaychú. Desde entonces, Darío Pérez Serena (55) llegó a la provincia de Buenos Aires, deambuló por Tigre y hace tres semanas se instaló en la vereda del hospital, donde pasa los días y sus noches a la espera de un guiño del destino para volver a salir adelante.
Tras la inundación, Darío aterrizó como pudo en el Puerto de Frutos y estuvo cuidando motos en una plaza un par de días, hasta que la Policía Local le llamó la atención: «Me detuvieron 14 horas sin expresarme el motivo», le cuenta a El Día de Escobar. Un comisario se apiadó y le brindó un apartamento dentro de la seccional.
En el trajín dio con una mujer que le ofreció trabajo como cuidador de los ochenta perros que tenía en su casa. Pero al tiempo decidió irse: «No podía aguantar el terrible olor del lugar donde dormía», explica. Después consiguió una changa como vendedor de leña en la zona de El Cazador, pero no tuvo mejor suerte: después de 36 días le pagaron su esfuerzo con «un kilo de arroz, aceite, algo de yerba y unas alitas de pollo».
Vencido por la adversidad, el sábado 18 del mes pasado se instaló en la vereda de la guardia del hospital Erill.
Saliendo a flote
El caso de Darío desplegó todo un movimiento de vecinos que lo ayudaron a pasar estas crudas semanas de invierno. En el hospital le brindaron atención médica y le hicieron estudios por la epilepsia que sufre; otras personas le acercaron platos de comida y alimento balanceado para fiel y única compañera: Magela, la perrita a la que trae desde Entre Ríos y viene sobreviviendo junto a él inundaciones y mudanzas. A su vez, muchos se arrimaron para conocerlo y divulgar su historia por las redes sociales.
El jueves Darío recibió una buena noticia. Silvina Alonso (42), una mujer que había llevaba a su beba al Erill por un golpe en la cabeza, se le acercó, habló con él y le ofreció una habitación en su casa, al lado del predio donde se está construyendo el hospital de Garín. Lo hizo en nombre de la Fundación Todos Somos Uno, a la que pertenece junto a otras familias que «ayudan con lo que pueden».
Gracias a la generosidad de esta vecina, la rutina de Darío ahora ha cambiando. Ahora tiene un techo donde dormir. Su plan es «pasar las noches en Garín y durante el día volver a la puerta del hospital, donde tengo mis contactos». Es que ya si bien su situación ha mejorado, aún necesita conseguir trabajo y rearmarse para poder volver a vivir dignamente.
Una historia de pérdidas
Darío Pérez Serena nació en Uruguay en 1961. Luego de una dura infancia de maltrato, su familia lo ingresó con 15 años al Ejército uruguayo, donde cuenta que vivió «experiencias terribles». Al no adaptarse a los métodos comunes de aquel entonces, fue exiliado a Argentina en los ochenta.
El escenario en el país tampoco era el mejor. Sin embargo, ingresó a la Marina, donde empezó como aprendiz de cubierta y terminó como contramaestre, recorriendo todo el mundo en una embarcación griega.
En este 2016, mientras el país festeja el Bicentenario de la Independencia, Darío cumple treinta años como argentino, ya que en 1986 le fueron otorgados sus documentos. Intentó regresar a Uruguay, pero no tuvo éxito: como «pescador artesanal» se enfrentó contra la papelera Botnia para denunciar la contaminación del agua con amoníaco y al tiempo debió dejar el pueblo donde vivía.
«La papelera se instaló a 40 kilómetros de Berlín, donde vivíamos toda una comunidad de pescadores, y el vacío y la falta de trabajo fue tal que muchos nos tuvimos que ir. Ellos nos dijeron que no teníamos cabida ahí. De Uruguay sólo recuerdo maltrato, ya no volvería más… Mi lugar es acá, en Argentina».
De vuelta en nuestro país se radicó en Gualeguaychú, comprando y vendiendo mercadería que llevaba de Capital. En ese entonces le surgió un trabajo como administrador de un tambo en San José. Pero en la terminal, cuando estaba por subirse al micro, tuvo su primer ataque de epilepsia. Allí enfrentó la pérdida material más grande, ya que cuando despertó en el hospital se encontró con que le habían robado sus ahorros y pertenencias.
Así y todo, decidió no bajar los brazos. Luego de tratarse en el Hospital Rivadavia de Buenos Aires por su condición de salud, decidió regresar a Entre Ríos y emprender un nuevo proyecto con un amigo pescador que había conseguido una tierra fiscal a 30 kilómetros de Gualeguaychú. Pero el destino volvió a jugarle una mala pasada. Habiendo ya erigido entre ambos los pilotes de la casa, la inundación del pasado abril volvió a dejarlo sin nada.
Ante tanta adversidad, Darío asegura que «el humor es lo último que se pierde». Por su profesión, le sigue teniendo cariño al agua y recuerda: “Nací en Uruguay, nombre que viene del guaraní y significa ‘río de caracoles‘”. Asegura que aprendió muchos oficios, sabe seis idiomas, estudió turismo y administración; pero que también sabe de limpieza de piletas, de jardinería, ordeñar vacas, andar a caballo, cuidar casas o ser muy buen portero.
Mientras tanto, entre sus pocas pertenencias conserva toda la documentación que registra su historia y sigue luchando por conseguir lo que el gobierno uruguayo debiera darle por su dolorosa pasantía militar en aquellos años setenta.
Darío tiene un teléfono celular, al que pueden contactarse todas aquellas personas que puedan darle una mano para ayudarlo a salir adelante: (011) 15-3386-8471.