En Escobar, hablar de flores ya no se limita a la clásica temporada de la Fiesta Nacional de la Flor. Durante décadas, aquel evento marcó el calendario: unas pocas semanas de stands, desfiles y visitantes, seguidas por un regreso a la rutina. Hoy la dinámica es distinta. El legado de la fiesta se filtró en la economía, en el turismo y hasta en la manera en que los vecinos organizan su vida cotidiana, de modo que la ciudad parece vivir en una primavera prolongada, incluso cuando el calendario dice otra cosa.
Entre los emprendedores más jóvenes, acostumbrados al lenguaje de las plataformas y de los juegos en línea, es común explicar esta transformación con metáforas del mundo gamer. Al comparar estrategias, algunos mencionan sitios de juego y casino online y hablan de whalebet bonos como ejemplo de recompensas y riesgos calculados: en los juegos, el jugador decide cuándo usar sus bonos para multiplicar ganancias; en Escobar, viveristas, floristas y pequeños productores eligen en qué momento invertir, qué variedades desarrollar y cómo “apostar” por experiencias que atraigan turistas más allá de las fechas oficiales de la fiesta.
Negocios que crecieron entre invernaderos
El desarrollo económico ligado a la floricultura ya no se reduce a los grandes viveros tradicionales. A la sombra de la Fiesta de la Flor fueron apareciendo proyectos más pequeños, familiares o cooperativos, que encontraron su espacio en el mercado. Alrededor de la marca “Escobar ciudad de las flores” se mueven hoy distintos tipos de actividades:
- Viveros minoristas que combinan plantas clásicas con especies exóticas, arreglos personalizados y asesoría para jardines pequeños.
- Emprendimientos de decoración que usan flores secas, prensadas o preservadas para cuadros, souvenirs y productos de diseño.
- Propuestas gastronómicas y de alojamiento que incorporan la temática floral en menús, nombres de habitaciones, ambientación y eventos.
- Talleres y cursos que enseñan desde técnicas de jardinería hasta arte floral para fiestas y eventos corporativos.
La economía local se diversifica aprovechando un capital simbólico acumulado durante años: la fiesta dejó de ser un pico aislado de visibilidad y se convirtió en una excusa permanente para atraer visitantes de fin de semana, colegios en excursión y curiosos que llegan en busca de plantas, pero se quedan a descubrir otros rincones de la ciudad.
Turismo de flores y experiencias
Escobar aprendió, poco a poco, que las flores no sólo se venden en macetas. También pueden convertirse en experiencias. Paseos guiados por viveros, recorridos fotográficos en primavera, ferias temáticas y festivales más pequeños a lo largo del año permiten que el público tenga motivos para volver más de una vez.
El visitante ya no se lleva únicamente una planta; suele regresar con fotos, anécdotas y cierta idea de “vida verde” que asocia con la ciudad. Eso favorece a los negocios que supieron leer el cambio: cafeterías que decoran con flores de estación, tiendas de productos regionales que usan motivos florales en etiquetas y packaging, o artesanos que incorporan pétalos y hojas en velas, jabones y textiles.
Un estilo de vida que se cultiva
Para muchos habitantes, la floricultura dejó de ser sólo trabajo y se volvió parte de su manera de entender el tiempo y el espacio. Cuidar plantas, participar en exposiciones barriales o colaborar como voluntario en actividades vinculadas a la fiesta son prácticas que se repiten año tras año. La identidad local se construye también a través de rutinas que mezclan negocio, ocio y pertenencia:
- Familias que organizan el calendario escolar y las vacaciones en función de los preparativos de cada edición de la fiesta.
- Vecinos que decoran sus frentes con flores de estación y compiten amistosamente por tener la vereda “más linda del barrio”.
- Jóvenes que encuentran en los viveros su primer trabajo formal, aprendiendo sobre especies, suelos y atención al público.
- Jubilados que participan en talleres de jardinería comunitaria y ayudan a mantener espacios verdes compartidos.
Este entramado hace que la fiesta no sea sólo un evento que se visita, sino un proceso que se vive desde adentro, con pequeños hitos repartidos a lo largo de los meses.
Entre tradición y futuro
El desafío para Escobar es sostener esta floración económica y cultural sin perder de vista el equilibrio ambiental y la calidad de vida. La presión inmobiliaria, el tránsito y la expansión urbana plantean tensiones que obligan a repensar el modelo. Sin embargo, el aprendizaje acumulado muestra que el legado de la Fiesta de la Flor puede seguir siendo motor de desarrollo si se combina con políticas de cuidado del entorno y apoyo a emprendimientos responsables.
Escobar encontró, en torno a sus flores, una forma de contar quién es y hacia dónde quiere ir. Lo que nació como una fiesta anual hoy se expresa en negocios, oficios, costumbres y símbolos que acompañan cada estación. Para quien llega de afuera, la ciudad ofrece un paisaje de invernaderos, carteles coloridos y aromas de vivero. Para quien vive allí, ese paisaje es, al mismo tiempo, trabajo, orgullo y manera de estar en el mundo: una floración que, con esfuerzo y algo de estrategia, intenta mantenerse viva los doce meses del año.






















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