Ubicado en plena Cordillera de los Andes, el cerro Aconcagua es el más alto del hemisferio occidental y también uno de los lugares más difíciles y buscados por los andinistas. Poder escalar y llegar a su cima es un desafío extremo, con un terreno hostil y temperaturas muy cambiantes. Tiene 6.962 metros de altura y se encuentra en el departamento de Las Heras, al noroeste de la provincia de Mendoza.
El martes 2 de enero se inició una expedición para subir al mítico cerro, que se extendió hasta el sábado 20. El grupo estuvo compuesto por doce personas, entre ellas cuatro estadounidenses, un canadiense y un vecino de Ingeniero Maschwitz: Claudio Tomé (54). Todos estuvieron acompañados por tres guías mendocinos.
“Hace tiempo tenía la intención de subir al Aconcagua porque es la montaña más alta del mundo, después de Los Himalayas. La idea era probar los límites y desafíos personales. Quería mostrar a la familia y amigos que se puede llegar lejos si uno se lo propone”, le cuenta Tomé a El Día de Escobar sobre su aventura en la Cordillera.
El vecino de Maschwitz no llegó a la cima, pero estuvo cerca de los 6.000 metros de altura. Además, llevó la bandera del partido de Escobar y la dejó como recuerdo de su paso por el Aconcagua.
“La puse en el refugio Nido de Cóndores, a 5.560 metros. Me pareció un lindo gesto llevar un testimonio del lugar donde vivo, trabajo y hago mis cosas. Quería llevar algo para que represente a la comunidad del partido de Escobar”, afirma acerca del gesto de plantar la bandera local y que flamee en la inmensidad de la montaña, muy cerca del cielo.
De los 18 días que duró el viaje, dieciséis fueron de subida al cerro y dos de bajada, debido a las dificultades y al peligro que acarrea la escalada. Los alpinistas durmieron en carpas y muy abrigados para soportar las gélidas noches, con temperaturas bajo cero.
“Hay mucho de aclimatación, de acostumbrarse a la altura y probar cosas para uno mismo. Ahora se valora más abrir una canilla y que salga agua o dormir en una cama cómoda”, confiesa Tomé, aportando más de su inolvidable experiencia.
Contrariamente a lo que se podría suponer, el maschwitzense no es un escalador profesional. Recién hace un año empezó en el tema del andinismo. “Este proceso de entrenamiento me llevó un año, primero escalé otras montañas, como el cerro Tres Picos (Buenos Aires), el Penitentes (Mendoza) y otras, para adquirir experiencia y aclimatarme”, afirma este amante de la vida al aire libre y la acción, que es padre de Joaquín (22) y Benjamín (16), ambos estudiantes.
Tomé está relacionado al trabajo con pymes, ayudándolas a ser más eficientes en sus procesos, con mejores resultados y rendimientos. Eso lo asocia al hecho de escalar y buscar siempre cosas positivas.
“Las pymes no tienen todos los recursos, ni toda la tecnología. En el Aconcagua pasa lo mismo: el terreno es riguroso, hay que hacer esfuerzos y tener sacrificio. El objetivo, más que llegar a la cumbre, es aprender y mejorar. Hay que mirar al que no sale campeón también, porque hizo su desarrollo”, sostiene, convencido y feliz por la misión cumplida.