Hay situaciones anómalas que muchas veces terminan naturalizándose por repetición. A fuerza de verlas tan seguido, por más extremas que sean, se tornan cotidianas. Por ejemplo: la gente que revuelve la basura buscando restos de comida para alimentarse o algún material reciclable que pueda vender por unos pesos. Una imagen que tiempo atrás era inimaginable encontrarse en el partido de Escobar, pero que desde hace mucho se ve a diario, especialmente entre la tarde y la noche. Otro ejemplo son las personas en situación de calle que duermen en los cajeros automáticos de los bancos.
Es sábado a la noche, ya hace más de 24 horas que llueve, hace frío y el viento sopla fuerte. Santa Rosa en su esplendor. Las inclemencias climáticas hacen que los espacios donde están los cajeros automáticos se conviertan en dormitorios de emergencia. A la vuelta de la plaza central de Belén de Escobar, en casi todos los bancos hay gente que se refugia de la intemperie y trata de conciliar el sueño mientras otros entran a sacar dinero.
En una breve recorrida por el centro de la ciudad, El Día de Escobar encontró a seis personas durmiendo en el escaso radio de tres manzanas a la redonda. Es imposible no conmoverse, sentir un mínimo de tristeza, compasión y curiosidad por la vida de esa gente caída en desgracia. La única suerte que tienen -suerte entre comillas- es haber conseguido un lugar para dormir bajo techo, reparados del frío, del agua y del viento.
Además de dolorosa, la imagen es paradójica. Duermen al lado de tanta plata, pero no tienen ni para la primera comida del día siguiente. La gente entra, saca el dinero y se retira. Ellos no molestan, no interfieren, ni siquiera con la mirada. Muchos están acostados en un rincón, de espaldas a todos, o tapados hasta la cabeza por mantas o cartones. Tratando de dormir o pensando vaya uno a saber qué cosa.
La existencia de personas en situación de calle en el partido de Escobar no es nueva, por supuesto. Desde hace unos veinte años -poco más, poco menos- esta postal urbana tan desgarradora, que antes era visible solo en Capital Federal u otras grandes ciudades, empezó a darse también acá y cada vez más seguido.
Ya no es algo que provoque la más mínima sorpresa. Por eso, son dos problemas en uno: el primero, que esto ocurra; el segundo, naturalizarlo.
Historias entre cajeros automáticos
Miguel tiene 49 años y ganas de hablar. Está fumando un pucho en la vereda de Asborno al 500, en la puerta del Banco Credicoop. Unos metros más atrás, recostado sobre unos cartones, está Benjamín, de 29 años. No son amigos, pero se conocieron en la calle y suelen ranchear juntos. Cuando no duermen ahí, suelen hacerlo en la sucursal del Banco Nación que está en Mitre al 600. También suelen buscar alguna ayuda en las iglesias de la ciudad.
La historia de Miguel es larga y entreverada. Básicamente, cuenta que hasta hace poco estaba en rehabilitación en un hogar de Campana, pero surgió un problema (no entra en detalles) y se fue. Desde entonces, hace ya unos meses, anda en la calle. Dice que a veces vende alfajores en la terminal, donde todos lo conocen como “Papu”. En su cabeza está la idea de volver a Bahía Blanca, donde vivía antes, aunque aclara que es oriundo de San Martín. Tiene varios hijos y extraña a su última mujer, que lo dejó porque “estaba perdido en los vicios”. “Me aguantó hasta donde pudo”, reconoce.
Benjamín, el joven que está con él, habla mucho menos, pero sonríe y es muy cordial. De su vida cuenta poco: es escobarense, vivía en el barrio Philips y lleva tres meses en esta situación. “Soy albañil, desde los 8 años, pero ahora no hay trabajo. Encima, hace poco me robaron el DNI”, lamenta, al mismo tiempo que muestra la constancia de haber iniciado el trámite para conseguir uno nuevo. Quiere trabajar, pero también piensa en internarse para tratar su problema de adicciones y encarrilar su vida.
A unos metros, en el Banco Galicia, otro hombre está acurrucado en un rincón del sector de cajeros, sobre un cartón y una colcha. Duerme. Miguel cuenta que lo conoce, que se llama Hugo y que dice que es de Zárate. Mucho más no sabe y parece que entre ellos no hay muy buena sintonía.
A una cuadra, en el Banco Provincia, al fondo del pasillo de los cajeros automáticos hay otra persona. Tapada bajo una manta, acurrucada. Casi un bulto humano. De espaldas a la gente, sin perturbarse por los ruidos del teclado y de las tarjetas que entran y salen de las máquinas. Alguien que ingresara distraído podría no notar siquiera su presencia.
Sobre la calle Mitre, en el pequeño reducto del único cajero automático del Banco Patagonia, está Gastón. Dice que tiene 36 años, que es de Campana y aduce problemas familiares cuando se le pregunta por su situación. Su relato es confuso y contradictorio, pero aparentemente lleva un largo tiempo yendo de acá para allá, sin rumbo claro. Comenta que quisiera conseguir un trabajo, aunque no lo está buscando.
Un caso aparte
Frente a la plaza San Martín, en la entrada del edificio vacío donde hasta hace dos años funcionó Banco Santander, está Jonathan (35). Recostado sobre un colchón, con varias pertenencias y bolsas a su alrededor, cuenta que es del barrio La Chechela. Que tuvo “un problema familiar” y dejó su casa, hace ya tres meses. Desde entonces, pasa todas las noches ahí.
“Ando con mi hermano”, comenta, aunque menciona que no lo vio en todo el día. Algo sorprendido por su prolongada ausencia, agrega: “No sé por dónde andará”.
Amable, atento y conversador, no oculta su tristeza y la vergüenza que siente por vivir en estas condiciones, a la buena de Dios. “Soy de la construcción, me gustaría conseguir un trabajo. Mi deseo es que esto en algún momento se termine, yo no quiero quedarme así”. También afirma que los vecinos del edificio de al lado son muy solidarios, que le llevan cosas para comer o abrigarse y que nadie lo molesta. “Es más, hasta los preventores nos cuidan”, apunta, agradecido.
Mientras afuera sigue lloviendo, hace frío y el viento no para, Jonathan no pierde las esperanzas a pesar de tanta adversidad: “El sol sale para todos”, dice. Y confía en que un día de estos el sol también salga para él.