Surgió tibiamente, llevado por las circunstancias, pero con el continuo esfuerzo de sus artífices no tardó en crecer hasta consolidarse como una firma registrada de la ciudad, sinónimo de buen servicio y honestidad comercial.
El corralón de los hermanos Zatti vio la luz en los ’80. Por entonces, Alfredo (“el Negro”), Francisco (“el Tano”) y Omar (“Cepillo”) -los tres nacidos en Belén de Escobar- se ganaban la vida haciendo fletes de arena y tierra con un camión. “Después la gente nos empezó a pedir cemento, cal, hierro. Cada vez teníamos más clientes. Hasta que un día decidimos empezar despacito nosotros, cada uno puso unos manguitos y arrancamos”, comenta Omar sobre los orígenes del negocio.
Así, sobre una loza de la avenida San Martín al 1916, en las puertas del barrio Villa Vallier, el establecimiento comenzó a dar sus primeros pasos y a sostener su crecimiento en base al esfuerzo y sacrificio de sus dueños.
“Las bolsas de cemento nos llegaban en un vagón a la estación de Matheu y para traerlas teníamos que hacer cuatro o hasta cinco viajes en camión. Había que cargarlas del tren al camión, bajarlas acá y después volver a cargarlas para los pedidos. Todas esas cosas las hacíamos nosotros, porque solo teníamos un empleado, y también nos ocupábamos de todo lo demás que implicaba el negocio”, recuerda Omar.
Pese a que los tres tenían que hacer de todo, Alfredo era el que más se llevaba con los números, mientras que los otros dos no le esquivaban el cuerpo al trabajo pesado y solían pasar más tiempo en los camiones. “Fue un sacrificio tremendo, hemos laburado muchísimo, los tres tirábamos parejo para adelante”.
Con ese impulso, el corralón fue posicionándose como uno de los locales de materiales para la construcción más importantes de Escobar. La maquinización de algunas tareas, la incorporación de personal y la adquisición de una pequeña flota les permitieron a los tres hermanos estar a la altura de las nuevas exigencias, en un rubro cuyo mercado se fue haciendo cada vez más competitivo.
Sin apelar a recursos extraños, los Zatti se hicieron de una clientela numerosa y fiel a partir de consignas claras y casi sagradas: entregar los pedidos a la mayor brevedad posible y mantener su lealtad con el público.
El local del corralón, cuya superficie supera los doscientos metros cuadrados -con un espacio igual en el sótano para depósito, más un amplio playón y galpón externos- pronto mostrará algunas modificaciones, ya que prevén agrandar el sector de exposición para darle un renovado aspecto y hacer sentir más a gusto a los clientes al momento de decidir y hacer sus compras.
Desde marzo de 2007, Alfredo se alejó de la sociedad comercial, quedando a cargo del corralón Francisco y Omar, quienes incorporaron a sus hijos al negocio, manteniendo así el carácter familiar que distingue a este tradicional corralón, donde el material humano es, sin duda, el capital principal.