Mis compañeros del equipo argentino de ultra me advirtieron que salga tranqui, cosa que había planificado con mi entrenador, y que disfrutara de la carrera. Jorge, a priori el más veloz; Diego, un loco lindo con varias carreras de 100 kilómetros y 24 horas; Raúl, con buen entrenamiento y disciplinado; Agustín, militar en Chipre, paracaidista y con el objetivo de bajar las 10 horas; Leonardo, pura humildad y también disciplinado. Completaban el “team” argentino Mercedes y Francisco, “viejos” ultrafondistas que corrían en categoría de edades como yo; Fabricio, hermano de Leonardo y colega mío de profesión, y el joven Tomás, asistente, chofer, jefe de prensa y multipropósito de la delegación. Diego, el más curtido por ultras, el día anterior a la prueba nos regala un huevito kinder a cada uno y nos dice que lo tengamos por si nos hace falta en la carrera.
Fue campeonato mundial y europeo de 100 kilómetros, por lo tanto se encontraban buenos corredores de todos los colores, en su mayoría europeos. Un total de 33 países participantes y más de 300 competidores.
La competencia comenzó a las 10 horas, con sol a pleno en Tuscania, un pueblo muy pintoresco. Los primeros 300 metros se desarrollaron entre angostas calles adoquinadas y por dentro de un castillo. Hasta aquí pura alegría. Ya antes de largar quedé anonadado de ciertas “costumbres” europeas: un par de alemanas con pelos negros y enrulados en las piernas tal si fueran hombres; los europeos del este que olían a falta de desodorante.
Los primeros 10 kilómetros transcurrieron “fáciles”, entre colinas con más bajadas que subidas, un paisaje propio de la región Toscana y de Lazio, con animales de corral y agricultura variada. Con la misión de disfrutar, perdí de vista la marca del kilómetro 1 y 5, corría por sensación sin ver el reloj, y comenzaba a “olvidar” mi plan de carrera: pasé los 10 kilómetros en 44 minutos, 2 más rápido de lo que debía. Jorge y Leonardo siempre corrieron delante de mí, noté que largaron fuerte pero tenían experiencia.
Del 10 al 20 seguía “disfrutando” de la carrera y el paisaje. Llegando al 20, en la cima de una colina comenzamos a ver el mar Tirreno a la derecha. En este tramo bajé un poco el tranco para cuidar piernas, me pasaban competidores de los buenos, hasta holandeses y británicos de más de 50 años, un par de “yanqui girls” que se reían de lo que iban hablando y que por un momento me hicieron pensar que esto no era tan difícil… Me alcanza Raúl y me sobrepasa a paso firme; Diego, que venía con él, sigue a la par mía escuchando cumbia unos kilómetros. También pagará caro el haber salido rápido y además sabiendo que tenía batería para solo 7 horas en su MP3…
Del 20 al 30 continuaba “disfrutando”, pero comenzaba a no distinguir si de la carrera o el paisaje, tal vez porque a la par corría despatarrado un ucraniano con un olor a sobaco impresionante justo cuando el sol apretaba en este caluroso otoño europeo, y que por suerte a los 30 aceleró y se me fue. En esta parte recuerdo que me sobrepasa una elegante japonesa con pollerita a paso cortito que casi no despegaba del piso, y me pregunté cuánto aguantaría corriendo así…
Del 30 al 40 se cerraba el primer capítulo de la competencia. Luego vendrían 4 vueltas de 14 kilómetros ya cerca de Tarquinia, típico pueblo de arquitectura romana ubicado sobre una colina en cuya cima sería el epílogo de los 100 kilómetros.
Fueron mis últimos 10 kilómetros en que disfruté algo de la carrera y cuando el plan programado se desvanecía. No recuerdo en qué instante dejé de ver el mar y los animales del campo, traté de concentrarme en la carrera junto a dos uruguayos, uno llamado Luis, con quien entablamos un excelente amistad no competitiva en los 60 kilómetros restantes.
Siendo mi teórica velocidad crucero de 4:40/5 el kilómetro, ya había caído a casi 5 y sentía que mi decadencia era irreversible…
Primera vuelta, kilómetros 40 al 54: llego al abastecimiento, donde prolijamente se encontraba una mesa larga con banderas de cada país que indicaba el sector correspondiente. Ahí le pido a Tomás que me alcance una botella que había dejado preparada con agua, aminoácidos y total magnesiano, tal como me había indicado mi deportóloga, para no perder tiempo. Antes del 41 ya comienzo a caminar y aprovecho para hacer un pipí detrás de un camión, justo en el instante que me sobrepasa Agustín y lo saludo con la mano desocupada. Retomo el trote con los uruguayos para “conocer” cómo sería la vuelta que recorreríamos tres veces más. Pasamos la marca del maratón en 3:25. Nada mal si se terminaba ahí o como un fondo de fin de semana, pero no era ninguna de las dos cosas… Luis sugirió el plan “B”, al cual yo me adherí sin dudarlo: trotar como pudiéramos y caminar en los puestos de abastecimiento y repechos. Aún faltaba más de la mitad y ya sentía que no volvería a agarrar ritmo. Pasamos los 50 en 4:16 y una hora para los últimos 10 kilómetros recorridos.
Segunda vuelta, kilómetros 54 a 68: paso por el puesto en donde aviso a Tomás que me dé otros geles, pero sin apuro. Lo veo a Jorge alentando porque abandonó. Luego me enteraría que pasó los 50 en menos de 3 horas y media. Me quedó el consuelo de que no había sido el único equivocado. A la “sobrada experiencia” de la primera vuelta se agregó el viento fresco de frente en el primer tramo, y los líderes de la competencia que nos pasaban y sacaban una vuelta, encabezada por el italiano Calcaterra, que al final ganaría, como lo había hecho el año pasado, con un tiempo de 6:37… Yo aferrado al plan “B” comenzaba también a perder el plan de comida. En el siguiente puesto le entré al queso parmeggiano que alternaba luego con pasas de uva, agua, Gatorade y eructos…
Tercera vuelta, kilómetros 68 a 82: Tomás me alcanza el preparado como el anterior, pero al único efecto de sentir que me ayudaría a subsistir hasta el final. Le aviso que me tenga lista la remera de manga larga para la próxima y última vuelta. Recuerdo en el fresco atardecer 2 imágenes que me dieron algo de envidia: primero un fotógrafo que, tal vez agotado por su labor, hasta ese momento dormía la siesta con los pocos rayos de sol que quedaban sobre un mullido colchón de pasto, y más adelante, una chancha enorme durmiendo en su chiquero que descubrí antes por el olor que por la vista.
A las 17:30 horas comienza a anochecer y vemos preparado en los costados del solitario camino asfaltado velas cada 50 metros que empezaban a ser encendidas por la organización a lo largo de los 14 kilómetros. El otro uruguayo se nos escapó antes del 75, tal vez por la motivación que le produjo el paso cortito y firme de la japonesa de pollerita que también nos sacaba una vuelta.
El viento había amainado y decidimos con Luis que no nos pondríamos las remeras en nuestros boxes. Fue una sabia decisión, ya que mi asistente no me vio pasar, tal vez porque ya era totalmente de noche y la luz artificial escasa. Sólo me desprendí del poco lastre que traía, la gorra y el cinto con botellas, y Luis lo dejó con sus cosas…
Cuarta vuelta, kilómetros 82 a 96: Luis, que cada tanto acotaba algo intentando ser gracioso, me dice cuando iniciamos la última vuelta: “Este camino parece la pista de un avión”, por las velas que delimitaban el camino recto del campo alrededor, y yo pensé: “Un despegue al infierno”. Pero inmediatamente miré a la luna y vi a la Fla y mis hijos que me decían “dale Pa, falta muy poco”… Nos dieron una vincha con linternita que nunca terminé de acomodar. Me hubiera servido sólo para cazar pajaritos. Por suerte la de Luis ayudaba algo más a las velas, el asfalto no era parejo y hasta el lomo de una hormiga nos hubiera hecho tropezar y caer teniendo en cuenta lo poco que levantábamos las piernas al correr…
Caminamos, bebimos y comimos algo (queso ya no había). En el puesto del 88 y al trotecito cruzamos el 90. “Acá -me dije- comienza la cuenta regresiva”. Pero el físico apenas respondía… En el 93 estaba el anteúltimo puesto y nos propusimos con Luis que sería el último en que caminaríamos. Yo ya solo toleraba el agua y sí agarré un pedazo de pan y parmeggiano que disfrutaría en la llegada; Luis, en cambio, optó por maníes… Aquí se tomaba la última recta de 7 kilómetros y al final, en la cima, se veían las luces de la ciudad. “Tarquinia, tan lejos y tan cerca”, había dicho Luis en la primera vuelta. En ese momento no lo pude tomar con nada de humor, pero ahora disfrutaba de esta pequeña frase.
Apenas retomamos el trote definitivo luego del puesto, Luis comienza a ahogarse con los maníes. No debíamos parar, así que lo palmeaba en la espalda mientras él corría con los brazos extendidos hacia el cielo. Por suerte, a los 200 metros estaba resuelto.
Llegando al 94 recordaba lo cómodo que trotábamos con mi hijo Ezequiel los 6 kilómetros en Escobar en 28 minutos… Pasamos el 94 y Luis, que no me veía la cara en la oscuridad, me pregunta: “¿qué te pasa, ahora vos te estás ahogando?”. Me había quebrado emocionalmente, corría y lloraba sin consuelo. Ezi trotaba a la par mía y decía “¡dale pa, ya llegamos…!”.
Kilómetros 96 a 99: pasamos el puesto del 96 sin parar, el final de las cuatro “inolvidables” vueltas. Yo ya no me ahogaba por el llanto, y emprendimos a ritmo algo más sostenido los últimos tres kilómetros en leve bajada para llegar al 99. Superamos a dos corredores, uno de ellos el hediondo ucraniano del kilómetro 30, pero por suerte yo ya venía sin olfato…
Último kilómetro: todo en subida hasta la llegada. Luis se adelanta y lo dejo. “Se lo merece, me ayudó mucho”, pienso. Los dos que habíamos pasado hacía 200 metros pretenden darme alcance pero yo, ya sin fuerza, sin piernas, sin corazón y sin hígado, recuerdo el huevito Kinder de Diego, que me lo regaló para que lo ponga por si fuera necesario, y Ezi dándome la mano y diciéndome “¡dale pa, llegamos juntos!”. Faltando 200 metros me gritan mis compañeros argentinos: Raúl, el mejor, que terminó en 8:40; Leonardo, en 9:15, y su hermano Fabricio; y Agustín, mi compañero de habitación, en 9:37, y feliz por haber bajado las 10 horas.
También me pareció escuchar los gritos de mis amigos de Escobar, pero no los vi… Crucé los 100 kilómetros en 9:56:30, abracé a mi amigo Luis, levanté la cabeza, miré la luna, vi a mi Fla y a mis hijos incluido Ezequiel y me volví a quebrar…
Oscar L. Giroto
Belén de Escobar
(Relato de su participación en la Ultramaratón de Roma, en 2008)
Fuente: El Día de Escobar